jueves, 10 de mayo de 2007

El Cántico de las criaturas

“¡ALTÍSIMO, OMNIPOTENTE, BUEN SEÑOR!” –

El Cántico de las criaturas



P. RANIERO CANTALAMESSA







1. CÓMO NACE EL CÁNTICO“


Trata de imaginar al mismo universo que comienza a cantar y a hacer resonar su voz. No son más simples voces humanas, sino planetas y soles que giran”. Estas palabras que Gustav Mahler escribía a un amigo anunciándole su “Sinfonía de los mil”, quizás se aplican todavía mejor al Cántico de las criaturas de San Francisco. Las fuentes franciscanas nos informan acerca de las circunstancias en las cuales vino a la luz este borbotón de oración y de purísima poesía –incomparable himno a la vida y a la muerte – con el cual comienza la literatura italiana. Nos hallamos en el año 1224, antepenúltimo de la vida terrena de Francisco. Lleno de atroces dolores y de enfermedades, el santo se ha refugiado en San Damián, en casa de Clara y las hermanas. Una noche que había llegado al extremo de las fuerzas se dirigió al Señor que lo confortó haciéndole ver cuál iba a ser el premio de los sufrimientos y dándole la certeza de su eterna salvación. Reconciliado con sus padecimientos, en un impulso de gozo espiritual, el Poverello dijo a los hermanos que lo cuidaban: «Por eso, quiero componer para su gloria, para consuelo nuestro y edificación del prójimo una nueva alabanza del Señor por sus criaturas. Cada día ellas satisfacen nuestras necesidades; sin ellas no podemos vivir, y, sin embargo, por ellas el género humano ofende mucho al Creador. Cada día somos ingratos a tantos dones y no loamos como debiéramos a nuestro Creador y al Dispensador de todos estos bienes». Se sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor...» Pero el Cántico de las criaturas de Francisco no es, en realidad, un texto “improvisado”. Es el sello de toda una vida gastada en la alabanza entusiasta de Dios y en el estupor ante lo creado. “Ensayos” del Cántico son las “Alabanzas al Dios Altísimo”, la “Oración de acción de gracias”, “las Alabanzas que se han de decir en todas las horas”, la “Exhortación a la alabanza de Dios” y el apasionado capítulo XXIII de la Regla no bulada.La gran novedad del Cántico de las criaturas respecto a los textos precedentes es que Francisco abandona en éste el latín y se expresa libremente en italiano vulgar, el idioma que el pueblo siente ya como suyo. Efectúa, mucho antes que éstos, lo que harán Dante Alighieri y Petrarca en el paso de sus primeras doctas obras en latín a las rimas en lengua vulgar.


2. LA “ESTRUCTURA” DEL CÁNTICO


Ciertamente, Francisco no se ha preocupado de dar una “estructura” a su cántico. La ausencia de un proyecto preconcebido y de toda preocupación por ordenar aparece clara, en el Cántico, desde la total inexistencia de los animales – aves, bestias, peces – no obstante la hermosísima relación que el Santo tenía con ellos y que ha inspirado algunas célebres “Florecillas”, como las del lobo de Gubbio y la predicación a las aves.Sin embargo, es evidente la existencia en el cántico de una cierta estructura. No como un esquema preconcebido y sucesivamente llenado de contenido, sino como un organizarse espontáneo de la materia en el impulso de la inspiración. Tener ante los ojos el texto completo del cántico hará entender más fácilmente su estructura interna.



1 Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria, y el honor y toda bendición...



2 a ti sólo, Altísimo, convienen, y ningún hombre es digno de hacer de ti mención...



3 Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente por el señor hermano sol el cual nos trae el día y por el cual nos iluminas,



4 y es bello y radiante con grande esplendor: de ti, Altísimo, lleva significación...



5 Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas: en el cielo las has formado claras, preciosas y bellas...



6 Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire, y el nublado, y el sereno, y todo tiempo, por el cual a tus criaturas das sustento...



7 Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil, y humilde, y preciosa y casta...



8 Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual alumbras la noche, y es bello y jocundo, robusto y fuerte...



9 Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna, y produce frutos diversos con vistosas flores y hierbas...



10 Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación;



11 dichosos aquellos lo sobrellevan con paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán...



12 Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar:



13 ¡ay de aquéllos que mueren en pecado mortal!



14 Dichosos aquellos a quienes hallará en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal...



15 Alabad y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con grande humildad.! AMEN.

La mirada de Francisco parte de Dios Altísimo; es Él la fuente y el origen de todo. La mística Ángela de Foligno, que vivió pocos años después (y a pocos kilómetros) de Francisco, dijo de él: “Dos cosas nos enseñó nuestro glorioso padre San Francisco. La primera es de recogernos en Dios y sumergir completamente nuestra alma en su inmensidad” . Es exactamente lo que Francisco hace al inicio del cántico.Descendiendo de Dios, la mirada de Francisco se detiene en las criaturas que están en el cielo: el sol, la luna, las estrellas, la atmósfera con sus fenómenos: viento, sereno, lluvia (para Francisco no existe la distinción entre “buen tiempo” y “mal tiempo”, cada tiempo, aún el nublado, es bueno porque sirve, a su manera, para nuestro sustento), del cielo la atención se lleva a la tierra con todo lo que la llena y la embellece: agua, fuego, plantas, hierbas, flores, frutos.Se sabe que en un primer momento el Cántico llegaba hasta aquí. Una circunstancia histórica indujo a Francisco a agregar casi inmediatamente la estrofa sobre el perdón: una feroz contienda dividía al Obispo y al Podestá de Asís y el Poverello, hombre de paz, no deseaba morir sin verlos reconciliados. Dijo, pues, a sus compañeros: “Es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que nadie se preocupe de restablecer entre el obispo y el podestá la paz y concordia, cuando todos vemos cómo se odian”. Mandó, por lo tanto, a algunos hermanos para que cantaran “con devoción” el cántico con la nueva estrofa en presencia de los dos contendientes que, conmovidos por la preocupación de Francisco, se reconciliaron mutuamente. Finalmente, sintiendo cercana la hora de su muerte, “si bien abatido por las enfermedades” , el santo añadió la última estrofa sobre la “hermana muerte” y quiso que le fuera cantado enteramente por última vez por sus hermanos Las dos últimas estrofas no son, sin embargo, partes “añadidas”; son, en cierto sentido, partes “faltantes”, en el sentido que eran exigidas por la lógica interna del Cántico. El movimiento no podía cerrarse sin llegar al hombre. También el Cántico de los tres jóvenes en el horno (Dn 3, 51-90) y el Salmo 148, los dos textos bíblicos más cercanos al de Francisco, después de haberse cernido por el cielo, el aire, la tierra y el mar, terminan invitando a la bendición de Dios a los “hijos del hombre”, “los reyes de la tierra y los pueblos todos, los gobernantes y jueces de la tierra, los jóvenes y las jóvenes, los viejos junto con los niños”.En la Biblia (Sabiduría 13, 1 y Romanos 1, 20) hallamos la afirmación que, partiendo de las criaturas, el hombre puede descubrir la existencia y las perfecciones de Dios. Sobre esta afirmación, el discípulo del Poverello, S. Buenaventura, construirá su célebre “Itinerario de la mente hacia Dios”. Francisco sigue el movimiento inverso: no de las criaturas a Dios, sino de Dios a las criaturas. El porqué de esta elección es simple: su propósito no es apologético o filosófico sino doxológico; él no está ocupado en demostrar la existencia de Dios, sino en alabarlo.


3. COMENTARIO



Sin pretender hacer un comentario sistemático de éste, volvamos a recorrer el texto del cántico para recoger algún motivo apto que nos haga captar el alma de la obra y de su autor.Para alcanzar este objetivo son fundamentales los dos primeros versos del cántico. Ésos revelan cuál era la idea que Francisco tenía de Dios: “Altísimo, omnipotente, buen Señor: tuyas son las alabanzas, la gloria, y el honor y toda bendición: a ti sólo, Altísimo, convienen, y ningún hombre es digno de hacer de ti mención”.Ha sido observado que el asomarse de la realidad divina en el horizonte de una criatura produce, generalmente, dos sentimientos contrapuestos: uno de temor y otro de amor. Dios se presenta como “el misterio tremendo y fascinante”, tremendo por su majestad, fascinante por su bondad . Cuando la luz de Dios brilló por vez primera en el alma de Agustín, él confiesa que “tembló de amor y de terror” y que aún después el contacto con Dios le hacía al mismo tiempo “estremecerse y arder” . Es lo que observamos al inicio de la misma oración del Padre nuestro. La primera parte de la invocación, “Padre nuestro” (en el original, ¡Abbá, papá!), expresa cercanía, ternura paterna e inspira confianza, e familiaridad; la segunda parte, “que estás en el cielo” manifiesta grandeza, trascendencia e inspira reverencia e sagrado temor. Para un hebreo estar “en el cielo” significaba ser altísimo, por encima de nosotros “como el cielo se yergue sobre la tierra” (Is 55, 9).Francisco reflexiona esta idea exquisitamente bíblica de Dios. Dios es para él altísimo, omnipotente, y el hombre no es digno siquiera de pronunciar su nombre…; pero al mismo tiempo es un “Señor bueno” (los hombres del medioevo conocían bien la diferencia entre un señor “bueno”, es decir, afable, cercano a la gente, ¡y otro despótico, tacaño e inasequible! ).Notamos la misma percepción de Dios en el Magnificat de la Virgen. Dios allí es cantado como Señor, omnipotente, santo: todos títulos que evocan el poder, la majestad y la santidad de Dios; pero esta infinita trascendencia aparece también infinita cercanía e inmanencia en el momento en el cual María define a Dios “mi Salvador”. Es la imagen de Dios que Jesús mismo ha incluido en las primeras palabras del Padre nuestro. “Padre nuestro”, en el original, Abbá, papá: no se podría imaginar una idea de Dios más “condescendiente” , más tierna y familiar que ésta, pero agregando “que estás en el cielo”, Jesús proclama también, junto a todo el Antiguo Testamento, su infinita diferencia respecto al hombre.Estar “en el cielo” significa en la Biblia , ser “altísimo”, inaccesible, distar del hombre como el cielo dista de la tierra (cf. Is 55, 9).Por lo tanto, en el cántico de Francisco no hay señal alguna de aquel sentimiento de terror y panteístico que acompaña algunas veces en los poetas la contemplación de la naturaleza. La trascendencia de Dios es puesta a salvo desde el inicio. La frase “Loado seas mi Señor, con todas tus criaturas” no significa que las criaturas son alabadas como Dios, sino a causa de Dios que es su creador. La distancia infinita entre Dios y las cosas está contenida en el título mismo de “criaturas” que se da a las cosas.Siempre dirigiéndose a Dios, Francisco pasa ahora revista a las criaturas, a causa de las cuales, o (según otros posibles significados de la preposición “por”) a partir de las cuales y junto a las cuales, se siente impulsado a alabar y bendecir al Señor. Entre ésas el primer puesto toca al “señor (messer) hermano Sol”, al punto que el cántico es transmitido en algunos manuscritos como el Cántico del Hermano Sol. El título de “messere”, usado en su tiempo como título de respeto hacia las personas, acentúa “la humanización” del sol y prepara el título de hermano.El sol “lleva significación” de Dios porque “Dios es luz y en Él no hay tinieblas” (1 Jn 1, 5). No se puede mirar fijo el sol directamente sin peligro para nuestros ojos, sino solamente de remote, en la luz que expande sobre las cosas, del mismo modo a Dios no se le puede ver así como es, en su esencia, sino sólo indirectamente en las cosas creadas por Él. El sol brilla sobre todos, si uno no lo ve, no quiere decir que el sol no brilla, sino que él es ciego.Así decía un antiguo apologeta, si uno no ve a Dios, no quiere decir que Dios no existe, sino que él tiene el ojo del alma ofuscado . Los adjetivos usados por Francisco son como caricias que él da a las cosas. Ninguna búsqueda de afecto, sino el solo recuerdo de impresiones recibidas mirándolas o pasando en medio de ellas. El sol es “bello y radiante”; la luna y las estrellas son “claras, preciosas y bellas”; la hermana agua es “útil y humilde, y preciosa y casta”; el fuego es “bello y jocundo, robusto y fuerte”; las flores son “vistosas”.Hubo un tempo en el cual la cirugía consistía en gran medida en el cauterio, es decir, en la práctica dolorosísima de aplicar mediante un hierro candente, fuego a la parte enferma del cuerpo. Se nos ha transmitido la súplica que Francisco dirigió al “hermano fuego” antes de someterse a un tratamiento similar para sus ojos:“Hermano mío fuego, el Altísimo te ha creado dotado de maravilloso esplendor sobre las demás criaturas, vigoroso, hermoso y útil. Sé ahora benigno conmigo, sé cortés, porque hace mucho que te amo en el Señor. Pido al gran Señor que te ha creado que temple tu ardor en esta hora para que pueda soportarlo mientras me cauterizas suavemente” . Se nos podría preguntar porqué Francisco define el agua humilde. Que sea útil es evidente; que sea preciosa, tomamos conciencia de eso de manera siempre más aguda en nuestros tiempos; también que sea casta, es decir, transparente (al menos hasta que no la contaminemos) , y también eso es obvio.Pero, ¿por qué humilde, si ella sola ocupa casi tres cuartas partes del planeta y con sus océanos es el símbolo mismo de la inmensidad y de la grandeza? El motivo es simple y Francisco lo había tal vez notado tantas veces caminando al lado de los torrentes montanos y de los arroyos de su Umbría: el agua siempre desciende, nunca sube, hasta alcanzar el punto más bajo, el nivel del mar. El vapor sube y por eso es el símbolo tradicional del orgullo y de la vanidad; el agua desciende y es el símbolo de la humildad.Es necesario hacer una clarificación a propósito de “hermana madre tierra”. En casi todas las culturas, a partir de la griega y de la romana de la cual somos herederos, está presente el tema de la “Tierra madre”. La Tierra allí es vista como un primer principio, personificado, a menudo como el correspondiente femenino del Dios del cielo, y venerada como una diosa con los nombres de Démeter o Gea.No es el pensamiento de Francisco. El título de madre en su cántico se refiere únicamente a la función de la tierra, como aquélla que nos nutre. Ella es, como nosotros, una criatura del mismo Padre celeste, de aquí el título de hermana que precede al de madre.El Cántico de las criaturas de Francisco no pertenece al género de los “idilios pastorales”. El Santo no ignora que la vida está hecha también de contrastes, “enfermedad y tribulación”. Son estos, no sólo el perdón recíproco, los temas que Francisco evoca en la penúltima estrofa. Con esto él no pone una sordina al entusiasmo y a la alegría cantados hasta aquí, les da más bien una razón de más, colocándolos bajo el signo de la esperanza cristiana.Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación;dichosos aquellos que las sobrellevan con paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán.Se oye aquí el eco de la florecilla de la perfecta alegría:“¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta”. […] Y ahora escucha la conclusión, hermano León: “por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios”. […] “Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos” Pasando de las cosas al hombre, cambia el motivo por el cual Francisco alaba a Dios: éste no es más la naturaleza sino la gracia. El hombre no es tanto motivo de alabanza a Dios por las cualidades de su cuerpo, cuanto por las de su alma, no porque es “bello y robusto”, sino porque perdona por amor a Cristo y soporta toda clase de tribulaciones.Nadie como Francisco ha conocido el rostro nuevo de la muerte, fruto de la Pascua de Cristo. Su muerte fue realmente un paso pascual, un “tránsito”, y es con este nombre que ella es recordada por sus seguidores cada año, la tarde del 3 de octubre. Cuando se sintió cerca del final, exclamó: “¡Bienvenida sea mi hermana muerte!” . No obstante, cuánto realismo, aun a propósito de la muerte, en la última estrofa del cántico:Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar: ¡ay de aquéllos que mueren en pecado mortal! Dichosos aquellos a quienes hallará en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal.Tomás de Celano, discípulo y primer biógrafo del santo, no ha traicionado del todo el espíritu de Francisco al componer el Dies irae. Algo del dramatismo de esa secuencia resuena ya en las palabras del santo, sobre todo la violenta contraposició n entre el destino de los justos y el de los réprobos.Francisco recuerda que la muerte es ineluctable, pero ante todo evoca la terrible posibilidad de la “muerte segunda” (Ap 20,6). Esta es la única que merece verdaderamente el nombre de muerte, porque no es un “paso” sino un terrible final de línea, un muro o mejor un precipicio cuyo fondo nunca se toca. La muerte eterna no es, en efecto, un momento, sino un estado, es un “eterno morir”, un precipitarse hacia el propio aniquilamiento sin poder alcanzarlo jamás. Es un buscar la muerte, sin poderla encontrar, un perseguirla mientras ella ahora huye de ti (cf. Ap 9,6). Pero también estas austeras llamadas del juicio universal dan paso a la esperanza y la última mirada de Francisco no se fija en los condenados que se encaminan a la pena, sino en los bienaventurados que suben a recibir la corona.En el verso final Francisco cambia de interlocutor; no se dirige más a Dios sino a los hombres sus semejantes:“Alabad y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con grande humildad”.La exhortación, llena de devota gratitud y de humildad, resume a la perfección el contenido y el tono de toda la composición. Quizás al origen ella debía servir como estribillo a repetir después de cada estrofa o verso del cántico.

4. UN CANTO A LA LUZ NACIDO EN LA OSCURIDAD


Una reflexión se impone sobre todas las demás después de haber vuelto a escuchar el cántico de Francisco y concierne su dimensión mística. He señalado las circunstancias en las cuales ése fue compuesto, pero existe un particular que es indispensablemente debe ser considerado. ¡Francisco canta la belleza de las criaturas cuando no ya es capaz de ver ninguna de ellas y más bien la simple luz del sol o del fuego le procura atroces dolores!Yacía en este mismo lugar el bienaventurado Francisco y llevaba más de cincuenta días sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego. Permanecía constantemente a oscuras tanto en la casa como en aquella celdilla. Tenía, además, grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descansar ni dormir durante la noche; lo que dañaba mucho y perjudicaba a la enfermedad de sus ojos y sus demás enfermedades Es la lógica de la cruz la que domina toda la vida del Poverello, la lógica evangélica del morir para vivir, “del no querer tener nada para poseer todo” (cf. 2 Cor 6,10). Francisco habría podido hacer suyas las palabras que en La anunciación a María Paul Claudel pone en los labios de Violaine, reducida ya a un cúmulo de sufrimientos. “Ahora que estoy toda rota, el perfume se expande” . También de Francisco, roto por el dolor, se expande ahora el perfume, como del frasco de alabastro quebrado en casa de Simón. Y es perfume de santidad y poesía. Por analogía, nos viene de pensar en Beethoven, que ya sordo, no escucha y no gusta más, o sólo débilmente, el sonido de las notas que traza sobre el papel. No obstante, la sordera no aridece en él la fuente de la música, sino que la purifica y la afina hasta hacerle componer la IX Sinfonía , con el sublime himno final a la alegría.Estas referencias a la música no están fuera de lugar cuando se trata del Cántico de las criaturas de Francisco. Éste nace, en efecto, para ser cantado, no simplemente leído o recitado. Palabras y música forman un todo único, nacen como de una única colada. Relata la misma fuente:Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran. Su corazón se llenó de tanta dulzura y consuelo, que quería mandar a alguien en busca del hermano Pacífico, en el siglo rey de los versos y muy cortesano maestro de cantores, para que, en compañía de algunos hermanos buenos y espirituales, fuera por el mundo predicando y alabando a Dios. Quería, y es lo que les aconsejaba, que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y que después dé la predicación cantaran las Alabanzas del Señor, como verdaderos juglares del Señor.En este sentido, musicalizar el Cántico de las criaturas es distinto, por ejemplo, de componer una melodía para la oración a la Virgen de Dante (como ha hecho Giuseppe Verdi). No es un agregar una cosa extraña al texto; es, en realidad, un “ejecutarlo”.

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